VCF | Mi plantilla de la década

Parte II (Centrocampistas y delanteros)

CENTROCAMPISTAS

KONDOGBIA. Siendo complicado de entrada definir su posición y en virtud de qué llegó, pondremos al franco-centroafricano como mediocentro de labores defensivas, aunque esté muy en las antípodas del clásico rol de '5' posicional, teniendo vuelo ofensivo y abarcando gran parte del terreno de juego. Geoffrey llegaba tras dos años malos en un Inter de Milán que había desembolsado 40 millones por él en el proceso de reencontrarse a sí mismo como club. El ex de Sevilla y Mónaco no hallaba su sitio en el fútbol italiano pero seguía teniendo un gran cartel, y la llamada de Marcelino para traerlo fue el primer ejemplo de que el Valencia todavía podía aspirar a jugadores de su calado cuando, entre la afición, los nombres de Escalante, Camacho o Roque Mesa sonaban hasta prohibitivos. Su llegada ayudó a espolear a un graderío que, viniendo de una temporada en la que se llegó a perder 0-4 contra el Eibar con Mario Suárez y Medrán en el centro del campo, echaba de menos cierta jerarquía en la zona donde se parte el bacalao. Su debut en el Bernabéu fue apoteósico, con un despliegue de condiciones abrumador, y así siguió gran parte de una temporada donde se le peleó el liderato al Barça hasta Navidad. Su irregular comienzo de la siguiente campaña, unido a las lesiones y la irrupción de Coquelin hicieron mella en su rendimiento, que de vez en cuando saca a relucir demostrando que en la Liga española hay muy pocos jugadores de su categoría. Un pulpo que recupera balones imposibles, distribuye con criterio y tiene un golpeo lejano fabuloso.

COQUELIN. Relación calidad-precio, uno de los mejores fichajes que se recuerdan. El de Laval había sido el clásico jugador de los años 2000 que llegaba al Arsenal jovencísimo, con proyección para serle útil al primer equipo. Fue subiendo peldaños, ocupando la banda derecha, el interior del mismo flanco y finalmente el mediocentro, aprovechando su dinamismo en la tarea de recuperar balones. En sus últimas temporadas, varios fichajes de renombre y la falta de continuidad lo condenaron al ostracismo, siendo el último en la rotación para Wenger y convirtiéndose en meme para muchos seguidores del Arsenal y del fútbol inglés. En invierno de la 2017-18 el Valencia de Marcelino lo rescató entre las dudas de la afición por ver cómo iba a rendir, quedando disipadas espectáculo tras espectáculo del jugador francés. Su incansable capacidad para correr detrás de cada balón, robándolo a la mínima oportunidad, y la asombrosa técnica que sorprendió a propios y extraños para salir de la presión tras recuperación, distribuyendo el esférico con inmejorable criterio, han hecho del bueno de Francis ídolo absoluto de la parroquia che, encumbrando su estatus al de Dios del valencianismo cuando en la Copa del Centenario se metió a Messi en el bolsillo y firmó la ya icónica jugada en la que fue capaz de robar cuatro balones en veinte segundos. Una de las caras visibles de esta generación.

PAREJO. Es, sin lugar a dudas, el protagonista de la década. Dani Parejo acecha ya el top-10 de jugadores con más partidos de la historia blanquinegra y su historia es de las que merecen capítulo aparte. En el club desde 2011, Parejo empezó su andadura che falto de madurez, más cómodo en una mediapunta en la que no asumía los riesgos que le condenaban en zona de creación y arrancaban la contrariedad del respetable. Valverde fue el primero en apostar por él más abajo, junto a Albelda, acabando de explotar sus virtudes con Pizzi en la temporada de la famosa semifinal europea de M'Bia. Con Nuno destapó su faceta de llegador anotando un buen porrón de goles, pero sus dos temporadas siguientes sufrieron un frenazo por la deriva del club. Su semblante parsimonioso, polémicas imágenes de fiesta y sus ganas de irse al Sevilla le convirtieron en diana de una afición que la tomaba con el metrónomo del juego, que es lo que siempre ha sido el de Coslada: su estado de forma ha sido directamente proporcional al desempeño del equipo. Cuando en 2017, tras seis temporadas que podían haber acabado de forma mediocre, Marcelino llegó al club, su historia daría un giro radical, firmando clases magistrales fin de semana tras fin de semana, dirigiendo al equipo con una finura, elegancia y criterio al alcance de prácticamente nadie en la Liga española, que le acabaron llevando a la Selección y al Valencia a ganar la Copa del Centenario. Parejo, que ya ha encontrado la madurez total en su juego y cuya imagen levantando la Copa quedará para siempre grabada en la historia del Valencia, está en la edad perfecta para seguir capitaneando a una generación con mucha hambre de triunfos.

CARLOS SOLER. Su historia es la de un niño de 20 años que se echó a la espalda el centro del campo y la energía del Valencia en uno de los peores momentos de su historia. Siempre recordaremos cómo Carlos fue subido del Mestalla aquel mes de enero y, jornada a jornada, se erigió en el revulsivo que necesitaba el equipo, tanto en el césped como en la grada. La afición se abrazó a uno de los suyos, al canterano que con su arrolladora personalidad se había decidido a salvar a todo un Valencia del descenso. Tanto jugando por dentro como después por fuera, Soler demostró una cantidad de recursos infinita. De gran zancada, inteligente juego entre líneas, buena llegada y criterio con el balón, Carlos transitó entre aquella temporada heroica a los mandos de Voro y la presente campaña en una banda derecha que nunca fue su posición natural, pero a la que se adaptó bajo el 4-4-2 marceliniano por el bien de un Valencia que siempre tuvo por encima de todo. Esto encontró su significado elevado al máximo exponente en la final del Centenario, donde encarnó el relato eterno del Valencia, "ustedes tienen la voluntad de llegar", acuñado en 1924 por el vicepresidente del Sparta de Praga Joseph Sykl, en la carrera de 50 metros que ganó a Jordi Alba para poner la asistencia del segundo tanto y pasar a la historia. Del infierno al cielo, Carlos Soler es el canterano modelo. Y, de momento, 'one club man'.

EXTREMOS

FEGHOULI. Si hubiera un jugador que pudiera explicar por sí mismo esta década en el Valencia, ese sería el franco-argelino 'Soso' Feghouli. Descubierto por Fernando Gómez como un fino mediapunta del Grenoble, entonces colista francés, fue enviado a la banda por Unai Emery en su segunda temporada, tras haber disputado la segunda mitad de la anterior cedido en el Almería. Con Pablo Hernández ofreciendo cada vez más con cuentagotas buenas actuaciones, el ímpetu de Feghouli fue comiéndole la tostada, hasta acabar como titular. A todos nos quedará en la retina su partido contra el Bayern de Munich en Mestalla en la fase de grupos de la temporada 2012-13. Barragán fue expulsado cerca del ecuador de la primera parte y Pellegrino decidió no hacer cambios. En su lugar, Feghouli hizo simultáneamente de extremo y lateral, no solo aguantando el resultado, sino anotando el 1-0 y haciendo soñar a un Valencia con uno menos durante más de una hora. Ese era su techo, el de extremo constante, insistente, desequilibrante y en ocasiones hasta fino. Con una cuota de gol que siempre venía bien. Aun así, si hay alguien más ciclotímico que el propio Valencia y, subiendo la apuesta, que el Valencia de esta década, ese fue el bueno de Feghouli, que durante dos meses podía hacer olvidar al personal que era futbolista para luego parecer la reencarnación de Figo.

FERRAN. Una de las mayores apuestas del club, pasó de canterano desconocido a miembro del primer equipo en cuestión de dos semanas, las cercanas al Mundial sub-17 en el que era estrella de la Selección. Así lo exigió para renovar y aumentar una cláusula de 8 kilos que bien hubiera podido pagar cualquier grande de Europa. Comenzó timorato, con poca chispa, quizá midiendo aún a unas defensas que no eran las que él acostumbraba a desarbolar con completa facilidad. Aun así, poco a poco y a base de asistencias y algún que otro gol decisivo, Ferran ha ido soltándose hasta llegar a firmar actuaciones como las que ha ido hilando esta temporada, en la que ha demostrado estar llamado a ser el Vicente Rodríguez diestro. A nivel de precocidad son muy parecidos y solo una renovación le separa de que la grada lo abrace como una de sus máximas esperanzas para los años venideros. Desborde por dentro y por fuera, cabalgada portentosa, centros medidos con escuadra y cartabón y cada vez más gol hacen de Ferran un extremo al que, con 19 años, no se le adivina techo en el panorama internacional. El Valencia ha de cuidarle.

MATA. El último eslabón del tridente mágico que formaba con Villa y Silva jugó una última temporada en la que alivió como pudo la marcha de los dos genios, sirviendo de transición entre un ataque sin igual en Europa y los posteriores dolores de cabeza que daría la línea ofensiva del Valencia. Mata ha sido muy probablemente el último hombre de verdadera talla mundial que ha ocupado puestos de ataque en el Valencia, por ello las 17 asistencias que regaló en sus últimos 43 partidos como valencianista se ven como números casi inalcanzables, aunque Rodrigo va por buen camino esta campaña. Por derecha, como enganche, o incluso partiendo desde la banda izquierda, el abanico de recursos, combinaciones y soluciones que ofrecía Mata estaban muy por encima de las posibilidades de un club que vendía calidad a espuertas. Al año de partir fue campeón de Europa con el Chelsea, repartiendo el resto de la década entre Stamford Bridge y la camiseta roja del Manchester United. Su vuelta ha sido el viejo anhelo de una afición que siempre le guardó cariño a un ser humano fenomenal, impulsor del proyecto solidario Common Goal.

GUEDES. Los tres primeros meses del de Benavente en el Valencia bien han podido ser lo más cercano al Piojo López que se ha visto en Mestalla de un tiempo a esta parte. Ni el más optimista de los aficionados ches podría imaginar que existiría la más mínima posibilidad de comprar a un futbolista que venía cedido del PSG por la feroz competencia que iba a tener con Neymar, Mbappé y Di María. Su velocidad, determinación y electricidad produjeron una serie de carreras y disparos lejanos que durante un tiempo hicieron preguntarse a todo aficionado futbolero quién era ese portugués que no paraba de hacer estragos con la casaca blanquinegra. Si bien, pronto comprendimos que todo aquello dependía de que su bombilla estuviera encendida o no. Recuerdo un partido en Mendizorroza donde el Alavés pareció haberle encontrado el antídoto, y desde entonces el chico parece no hallar solución a unas defensas en bloque bajo que han sabido prevenir sus endiabladas carreras. Aun así, durante tramos de mayor o menor longitud la bombilla se enciende y se convierte, por puras condiciones, en el faro ofensivo y el jugador más decisivo del equipo. En su cabeza está engancharse anímicamente a una temporada que con él enchufado puede ser ilusionante.

DELANTEROS

JONAS. Llegó por un precio irrisorio bautizado como 'O detonador' por su potente disparo y su capacidad de perforar las redes rivales, en una de esas maniobras que de vez en cuando salían bien al director deportivo Braulio Vázquez. El brasileño quizás sea uno de los futbolistas más difíciles de explicar de esta lista. Siempre cuestionado, siempre rodeado por el murmullo de Mestalla. Siempre goleador. De semblante serio, poco animoso y un estilo de juego tan elegante como falto de sangre caliente, tenía el ADN perfecto del jugador prototipo que es silbado injustamente en Mestalla. Sin ser delantero centro ni extremo izquierdo, donde se perdía y era muy previsible, jugando acompañado por un punta y gozando de libertad de movimientos era donde el ex de Grêmio hacía verdaderamente daño. Partido en el que se le cuestionaba, partido siguiente en el que metía gol. Era la ley de Jonas Gonçalves. Al final, acabó empujado a salir gratis por un club que tenía que hacer hueco a un Negredo por el que se pagaron 28 millones de euros. Cómo no, esa temporada Jonas saldría a gol por partido en el Benfica. De Negredo mejor ni hablamos.

RODRIGO. Víctima de lo que costó al Valencia hace cinco años y de los padrinos de aquel fichaje, el hispano-brasileño tardó tres temporadas en demostrar a la afición de qué pasta estaba hecho. Costó entender que el que venía como uno de los trecuartistas más prometedores del panorama europeo fuese desplazado a una banda derecha en la que su desconexión del balón se extendía al partido entero, y de ahí al resto de la temporada. El 4-3-3 que predominó aquellos años no nos permitió ver brillar al Rodrigo segunda punta que había maravillado a todos en el Benfica. Además, con la marcha de Paco Alcácer, demostró que sus intenciones como delantero centro eran muy buenas, pero mostraba muy a las claras uno de los puntos flacos del genial futbolista carioca: el remate a portería. Por ello, quien juzga a Rodrigo como delantero, sin mayor matiz, es como quien juzga a un pez según su habilidad de trepar un árbol. Nunca lo aprobará. Sin embargo, la llegada de Marcelino y la doble punta encontraron en él al hombre ideal para hilar el centro del campo con la delantera, siendo su conexión con Parejo el argumento sobre el que se ha esquematizado el juego ofensivo de la mejor época blanquinegra desde el Doblete. Para siempre quedará su celebración brazos al cielo en el segundo tanto de la Copa del Centenario.

SOLDADO. Mal que le pese a todo el mundo, parece que no hay ariete que pueda igualar las cifras de Soldado con el Valencia. Hoy en día, se asume como buena cifra para un delantero centro che algo que ronde los 15 tantos en una temporada. El valenciano hizo 25 en el peor de los casos. A él se abrazó la gente y a él hay que agradecerle la dulce transición entre el lustro de Villa y la cantidad de escopetas de feria que ha venido después. De cabeza, de volea, en carrera, al primer palo o al segundo, Roberto Soldado ha sido uno de los mejores rematadores de la historia reciente blanquinegra, solo ensombrecido por su pretendida marcha al Tottenham tras declarar que su intención era retirarse como murciélago, su cruce con Amadeo Salvo y todas las declaraciones posteriores que ha ido realizando en contra del club. Mientras portaba orgulloso el brazalete del equipo de su ciudad, anotaba goles sin querer y el sentimiento de identidad entre él y la afición era hasta simbiótico, resultaba impensable predecir lo que a ambos les depararía el futuro. Gracias por los goles.

ZAZA. Los caminos de Zaza y el Valencia estaban destinados a encontrarse. El Valencia pasaba por su peor momento deportivo en treinta años y el bueno de Simone no había hecho gol todavía en una cesión al West Ham cuya opción de compra era obligatoria si jugaba un número determinado de partidos, lo que hizo que además llevase tiempo sin jugar. Lo quería Prandelli, que antes de abrirse el mercado de invierno dimitió. Lo quería Pitarch, que durante el mercado dimitió. El club era un caos y Zaza también, pero ambos quisieron tirar para adelante aquella locura. Y salió bien. Con su espíritu guerrero y un carisma como no se le ha visto a nadie en toda la década, logró que la hinchada, falta de ídolos, referentes y jugadores que estampar en la camiseta, hiciera de Simone -un loco que perseguía cada balón con obsesión enfermiza, metía goles como no lo había hecho nunca y cantaba canciones de la grada mientras jugaba- un ídolo y alguien a quien acogerse. Casi padre protector de aquel vestuario a quien contagió anímicamente con su simpatía y desatada energía, acabó chocando con un Marcelino al que futbolísticamente tampoco le mataba. Su salida al Torino entristeció a buena parte de una afición que se resignó a comprender que, en ocasiones, las personas más importantes de la vida de uno son las que tienen un paso tan intenso como fugaz. La Copa la empezó a ganar Zaza en aquel enero de 2017.


Kike Cervera | @kikecervera_

Kike Cervera | quicerto@gmail.com | Valencia
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